Evaluación en la culminación

 

Al culminar cualquier ciclo, se evalúan los… actos, acciones y posiciones que se han mantenido, de cara al proyecto, al futuro que… que llama, que llega, que viene, que está.

También se evalúan los recursos, los medios de los que se ha dispuesto, y la… posibilidad de continuar o cambiar, o descansar o…

Desde el sentido orante, cualquier culminación contempla una evaluación con todas las posibilidades, con todas las opciones: desde los más seguros principios hasta los más ínfimos detalles.

La vivencia que cada ser tiene con la Creación, con el Misterio Amante, es –sin duda- original y… única; con la constante de lo Misterioso –lo que supone imprevistos inesperados, sorpresas, suertes-… Esa mínima o máxima experiencia –vivencia- que cada cual tiene, debe ser el patrón de referencia.

Si bien es cierto que cualquier circunstancia o momento es previsible o imprevisible para nuestra relación con el Misterio, también es evaluable –y puede ser una referencia común- el constatar en qué medida –en qué medida-, lo orante, actúa; en qué medida, lo orante, me transforma, me convierte, me hace replantearme; ¡en qué medida se me nota que ejercito la oración!, y la tengo como un medio que, si bien cada cual lo percibe de una manera diferente, es un medio que está ahí, de naturaleza universal.

El agua es imprescindible para la vida, pero unos toman más, otros toman menos; unos la toman de una manera, otros la toman de otra…

Hoy por hoy, bajo los parámetros estructurados del ser, la oración es como el agua. Y en esa medida –tan simple-, nos podemos dar cuenta… y evaluar nuestra relación con… esas perspectivas.

 

En este tiempo referencial –a este propósito orante-, el Soplo Kristico nos recuerda, a propósito de la oración, que, cuando se acude a ella, no se puede, no se debe hacer, si antes no me he reconciliado, no me he reconocido en mi posición, no he hecho las paces con los otros. Si llego cargado de contradicciones, rabias, justicias, morales y… y juicios y prejuicios, probablemente, con un vaso tan lleno, la oración no sea nada más que un mero trámite circunstancial, pero no válido; no válido para cambiar esa actitud, esa perspectiva, esa manera de ver: sin sensación de fracaso, sin sensación de pérdida… Porque, ciertamente, hay cambios que se hacen con dolor, con resignación, con rabia… y permanecen así. Dice:

-Ha cambiado…

-¡No ha cambiado! ¡No ha cambiado nada! ¡Es una amargura andante! El mundo no se ha hecho a su medida. Y ha empleado su razón y ha mortificado su emoción, y parece que ha cambiado. ¡No! No ha escuchado –¡para nada!- la vivencia en la Creación. ¡No! Sólo ha escuchado su discurso personal, de su cultura y civilización. Y si con ello consigue sus propósitos: ¡Ah! ¡Muy bien! ¡Happy! Si no: rabia, amargura y desespero, concatenados. No.

 

Una de las prioritarias perspectivas de evaluación es “no engañarse”. Y, consecuentemente, en ese “no auto-engañarse”, no… –si estamos evaluando- no continuar con la misma disposición, puesto que en la evaluación tenemos que introducir variables que nos conduzcan a mínimamente adaptarnos, mínimamente sintonizarnos, mínimamente avanzar; avanzar en consciencia, porque ¡nos llevan!

 

Es obvio que vivimos –como especie- en comunidad con nuestra propia especie y con toda la biodiversidad viviente. Nuestros sistemas de relación son ¡muy variables! Pero, así como… –por poner un ejemplo simple- así como cada tiempo y edad tiene su característica, si no sabemos –“si no sabemos”- que eso tan simple es así, nunca lo llegaremos a saber si tratamos de modificarlo. Dicho de otra manera: si nos empeñamos en que el bebé hable –y tiene apenas tres meses-… y lo tachamos de torpe, de inútil, de incapaz…

-Pero ¡hombre! Si es que a los tres meses no se habla.

-¡Pues yo no me acuerdo de si hablaba o no!

-No. Usted no hace falta que se acuerde. Ni se va a acordar, ni hablaba tampoco.

Y cuando el niño anda –¿verdad?-, es porque anda. Y:

-¡Ay que ver, este niño, lo que anda!, ¿eh?

-Sí, claro, si es que…

-No, es que anda mucho, ¿eh?

Los patrones de referencia, por extrañas razones –que creemos que son muy hedonistas por parte de quien las contempla, y, aunque pareciera que fueran perfeccionistas, no lo son, porque quieren modificar y quieren cambiar algo que… que es propio de ese momento-…

Es como el desespero que se suele vivir, por parte del adulto, cuando los cercanos están en la edad de la pubertad –o algo parecido-. Y se desesperan, y se… Pero, pero, ¿por qué? Es… ¡es su etapa de confirmación!, ¡es su etapa de rebelión!, es su etapa de… Pues ¡estar por allí!, ¿no?

-¿No recuerda usted cómo era?

-¡Ah!, ¡pero a mí no me gusta cómo fui!

-¡Ah!, no le gusta cómo fue… Pero fue, ¿no? Fue. Pues mire, lo demás parece que tira por los mismos derroteros.

Se crean modelos falsos –de privilegios, de éxitos-… que no tienen que ver, ¡no tienen que ver con lo que realmente transcurre! ¡Ah!, eso sí: en nuestra cultura –eso es cierto-, si el elemento de referencia es triunfador… ¡ah!, todo está bien; pero, en cambio, si no es triunfador, todo son problemas.

 

Si –en nuestra especie- asumimos las posiciones, actitudes, disposiciones, que se tienen porque son parte de herencia, ‘medio-miedo ambiente’… podremos introducir variables valiosas, realistas, aceptables, adaptables; si no, será un “convivir sin vivir” ansioso, áspero y ¡etrusco!

¡Es curiosa! –en genérico, en general- la reacción de la especie humanidad: ninguna edad soporta a la otra. ¡Es increíble! ¡Increíble! O sea… El viejo no soporta al adulto, el adulto no soporta al viejo, el joven no soporta al adulto, el adulto no soporta al joven… ¡Pero, bueno! ¡Si son edades, tiempos y ritmos que son marcados por nuestra configuración! Deberían ser flexibles, adaptables, entendibles, lógicos, esperables, cambiables…

Son como los hinchas de un equipo: sólo se soportan los que son del mismo partido. Policías con policías, haciendo barbacoas; médicos con médicos, hablando de enfermos; jugadores con jugadores, hablando de jugadores; mecánicos con mecánicos, hablando de coches… En cuanto hay una variable, o se ignora, o se castiga, o se le hace permisivo… No se sabe cómo… actuar.

Eso podría llamarse “egocentrismo ególatra insuperable” –¡por ejemplo!-. “Egocentrismo ególatra insuperable”. Sí. O sea… no superarás nunca el que tu hijo tenga 16 años menos que tú. ¡Claro! Dice:

-Pero es que… es que, claro…

-¡No! Es que… ¡es que no hay que superar nada!

 

Cuando las gotas de lluvia caen, no parece ser –“no parece ser”- que entre ellas se peleen para ver quién llega antes. No parece –aunque a lo mejor el ruido es por eso-.

Tampoco caen a lo tonto y a lo loco. ¡No! Cada una guarda su trayectoria. Porque, si vinieran todas juntas, sería una ola inmensa y nos destruiría, ¿verdad? En cambio, vienen en pequeñas gotas, con lo cual… ¡se soportan!

De la misma manera, cuando nos encontramos con nuestro entorno y nuestra vivencia de especie en diferentes momentos, edades y convivencias, cada gota –cada una- es diferente; y –a la vez- cada una nos trae un lenguaje, un mensaje. Y el conjunto es… ¡valioso!: la tierra se empapa, las semillas se congratulan y… se prepara el invierno fecundo para alcanzar una primavera brillante.

 

Siguiendo con la evaluación, tenemos que ver, desde el sentido orante:

¿Qué valor…? ¿Qué valor es el nuestro? Sí. ¿Qué posición ocupamos en esta Creación? Quizá sea una pregunta muy ambiciosa, pero es fácil rebajarla y ver cuál es nuestra valía en el ambiente en el que estamos; cuál es nuestra aportación; cuánto valemos para nuestro entorno; cuál es nuestro valor en cuanto a “valentía”; con qué valor afrontamos la acción… de la posición que nos toca…

 

Decía un dicho a propósito de los ejércitos, que “al soldado, el valor se le supone”. Es mucho suponer. ¡Mucho!, ¿eh? Pero, por aquello de que es ejército y tiene que atacar y tiene que defenderse, hay que tener valor para…

Pues bien. Si lo sacamos de ese contexto bélico y lo llevamos al contexto convivencial, tenemos que –sin duda- ejercer valientemente; con valor. Y ese valor y esa valentía suponen creatividad, suponen improvisación, suponen sinceridad, suponen cobertura, suponen solidaridad, suponen compartir…

 

Y es importante descontextualizarlo de los ejércitos –¿verdad?-, porque, habitualmente, el valor –la valentía- se interpreta como la irrupción, el poder, la orden, la imposición… Eso, en el menor de los casos, es “mala educación” –en el menor, ¿eh?-.

“¿¡Dónde vas!? ¿¡Dónde vas tú, con esos exabruptos, con estas actitudes, con estas manías!? ¿Que eres así? ¡Pues cambia, papá! ¡Pero bien! ¡Pero qué va a pasar aquí?”…

Es decir, que también el valor tiene que ser reivindicativo; aclarador. No puede dejarse arrollar por el temperamento… de cualquier momento y de cualquier individuo. Hay que saber –con valor- “atemperar”. Y si me dices las cosas con calentura, es posible que te tire un balde de agua –claro; para que se te baje un poco la temperatura-. No me diga las cosas con calentura, dígamelas con ternura, ¡con naturalidad!... ¡Que la vida no es un aguante continuo y personal!

 

Evaluémonos –a la hora de valorarnos- con referencia a… ese Universo Creador. No nos evaluemos con respecto a otro que es teóricamente peor o teóricamente inferior. ¡No! Eso ya… ¡es caduco!

Cada ser, a los ojos de la Creación, tiene un valor incalculable. “Cada ser, ante los ojos de la Creación, tiene un valor incalculable”. Ese es el principio de partida, a la hora de evaluarnos. Luego sabiendo que no podemos calcularlo, al menos percibamos si estamos en esa franja de ‘incalculabilidad’. Si somos calculables, es que… no; no estamos en el valor adecuado. Si ya nos hemos dado de baja en el humor, en el amor, en la ternura, en la colaboración, en el humor –¡en tantas cosas!-, y nos hemos quedado con la rutina, con… ‘está calculado’, no nos hemos evaluado. Nos hemos despreciado. Y, de paso, hemos despreciado a los demás –porque, en el fondo, se piensa que los demás también son “despreciables”-.

En cambio, cuando la evaluación se hace con los recursos que se tienen, con los medios de que se dispone, con las fantasías, esperanzas y proyectos que se puedan realmente compartir y desarrollar, ahí sí entramos en “incalculable”. Esa, ésa es la referencia.

Si somos calculables, no somos valorables.

 

Dejemos que, el manto Creador que nos envuelve, dejemos que nos penetre por los poros… y nos demos cuenta de nuestro deber incalculable en el disfrute, en el gozo, en la complacencia compartida, en el hacer irremediable hacia la dignidad y la solidaridad… que evolutivamente nos coloquen en otras –realmente- dimensiones… sin medidas.

TIAN

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