Abrirse… ¡cuando llaman!
Descubrirse… ¡cuando nos buscan!
Ofrecerse… ¡cuando nos piden!…
La Creación se nos muestra; se nos descubre; nos ofrece. En consecuencia –similar a ello-, debemos disponernos.
“El orar”, es ese vehículo que nos contacta, nos conecta, nos hace vibrar en la sintonía de la Fuerza Creadora; del Aliento Creador Misterioso.
¡Ofrecerse… según necesidad!
¡Mostrarse según virtudes!
¡Abrirse, cuando se requiere nuestro testimonio!… ya que, habitualmente, se tiene una versión externa, pero rara vez se muestra… una versión interna; ¡que debería ser!, no un ente separador, sino una unidad. Pero…
Cuando nos mostramos, no es para la crítica o para discutir de nuestros “pros” o “¡contras!”… ¡Es para conocernos!
Al abrirse desde el interior, nos apercibimos de los complejos, de las trabas, de las dificultades que… el vivir de una forma o estilo, ha ido creando.
Siempre que nos ofrezcamos –porque nos piden-… habrá que cerciorase de que no sea para satisfacer un egoísmo, una importancia personal o una influencia, sino que realmente se corresponda con un llamado; con una necesidad.
En la medida en que nuestra consciencia se amplifica –en base a… el sentirse inmerso en la Creación-, los aconteceres diarios, materiales, concretos, se hacen historias de vida, limitadas. Descubrimos que están alteradas, adulteradas, manejadas, manipuladas. Siempre y cuando estemos en esa consciencia de Creación, podemos valorar diferentes niveles de consciencia.
La consciencia de Creación es la que se genera en el sentido vibrante de la oración. De ahí que pueda decirse que… “en el estar y en el vivir cotidiano, no perdamos la referencia orante”. Y, así, cada vez que tengamos que responder o actuar o… o simplemente estar, lo haremos con la simultánea sintonía con Lo Celeste.
No nos dejaremos engañar por la ley, el orden, lo establecido…
Y al decir “no nos dejaremos engañar”, se quiere decir que… ¡que eso no es!… lo que por naturaleza nos corresponde. Y, si bien está, existe y hay que tenerlo en cuenta, es producto de una consciencia muy densa; espesa; que no ha sabido, no ha podido, no le han dejado… evolucionar.
“La llamada a sanar” ¡pide!… respuesta.
La importancia personal decide ¡estrategias!
El intelecto establece… ¡principios, pócimas y… técnicas!
Y la razón causa unas maniobras para responder a esa demanda. La resultante es mecánica; concreta. ¿Es… la necesaria?
Cuando lo sufriente nos llama –ya sea para nuestra propia característica, o bien sea por una demanda-, se está haciendo una “ple-ga-ria”. Sí: “el llamado sufriente”, “la llamada sufridora”, es una plegaria que precisa de una oración. Que… ¡bien está todo lo anterior!... pero, por nuestra naturaleza creadora, creada y animada, nuestros momentos sufrientes son unas llamadas orantes; ¡precisan de ella!, como el primer, básico y culminante movimiento para hacer, de nuestro estar, un saludable compromiso adaptativo, adaptador, adaptable, ¡evolucionado!
Una palabra, ante lo sufrido: “Piedad”.
Una plegaria que provoca, de inmediato, la oración sanadora por excelencia: “Piedad”.
La ¡respuesta!... al amor de vida que la Creación nos ofrece, sigue siendo tibia, débil, insegura y –habitualmente- ¡poco creíble!
El ser ha tendido más a sus sentidos posesivos, que a sus sentidos reflejos, que a sus sentires reflectantes, que a sus sentires expresados y “expresantes”… de lo que recibe.
De ahí que la oración nos ¡reclame!... una disposición hacia lo amado, lo amante, que esté permanentemente activada, para que nuestros reflejos sean verdaderos, originales, competentes y ¡creíbles!...
Y, así, podamos establecer una manera… de estar y de convivir bajo principios reflejo de la convivencia amorosa entre el ser y la Creación.
Y que el entramado afectivo entre los seres, sea una muestra, ¡una huella! –sobre la que se hacen otras y otras y otras-… que, a manera de espiral, nos diluye y nos “descontractura” de la estructura… ¡prieta y cerrada!
